I
La Antigüedad a
martillazo limpio
enseña que la
vida no es un plato de lentejas.
Ahora es verano
y tu corazón hormigonera
sabe que perros
y gatos
no pueden
tirarse de bomba.
Tienes el
feedback tuerto
y has rellenado
ya el impreso
de eremita a
largo plazo.
Has aguantado la
cháchara y el aluvión
de tropos
por ver flotar
el polen.
Temes que la
muerte no te coja políglota
y empático y con
curriculum global.
Todo es «sí, sí,
arriba, arriba»
pero tú traduces
un responso y contemplas
la eficiencia de
los juncos cuando oscilan.
No tributas
cuando en silencio,
la sangre grave
allá bajo tu cráneo
revisita el
locus amoenus.
II
La cólera te
sigue
pero ser yesca
te atufa de
vacío.
Para ser pico de
mirlo,
rama de sicomoro,
horma y sonido
de campana,
necesitas purga
dura: vomitar con varias
acepciones,
saber que el sol
suena a pandereta,
que este autobús
lleva al solsticio.
III
Nadie
lo sabe
pero
en la oscura cavidad del universo
hay
abierta una calzada
que
están pavimentando de astracán.
IV
Un relincho predica y no legisla.
Hay una piel de
mulo —una chispa
que te hace
arder los ojos.
Algo mueve y
vincula más allá
de la retina
el rabo y los
escombros, el para mi prodigio.
Este día ¿cuánto
te reveló una grupa?
Eso significa
que el mundo
se ha hecho
ajeno.
Somos
el unigénito,
y hemos
desconocido la herradura.
Después de días
de sofrito y poza,
el humano
círculo y las atenciones al menisco
los más guapos
pueden aburrirme,
la hartura pone
el foco en el hinojo
y cuanto le
rodea.
Sólo digo que me
hubiera bastado
con ver a la
bestia, la golondrina
comiendo de la
mano.
Puedo jurar que
un galgo me ha guiñado el ojo.
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