sábado, 22 de junio de 2013

A los perros de Kreisau


oh grupo berrendo de perros de pueblo: tramposos

los rabos muñones las patas tenaz berrear en la verja

 

vuestros son la calle el polvo el borde del asfalto

vuestra la reverberante noche en el valle durmiente

 

cada eco os pertenece: rebote contraído del

sonido en las colinas del jerárquico gruñido

 

ladrido en ondas: hercúleo primero anchuroso después

se desvanece y ya apenas lo sabe un pajarito

 

quien aquí no ladra ni babea a ese lo agarra la jauría

en la vorágine del fuego y le confunde su lugar

 

clamad al cielo entonces medid el mundo reinad en lo hondo

entonces sobre todos los caminos y extranjeros sobre mí

 

vuestro es mi rastro mi brava andanza y al final

vuestras mis pantorrillas        hacia fuera del pueblo.
 

 

*Uljana Wolf, Fronteras del lenguaje (Antología 2005-2011). La Bella Varsovia, 2011.

lunes, 17 de junio de 2013

La zarza de Franguistán




                                                                                      

              En el año nuevo el tsellingas da una granada a cada pastor para que la rompa y esparza por el redil. Durante la vigilia de la Epifanía se come de modo ritual maíz seco, y las ancianas rocían a los animales con ramas de roble y olivo bañadas en agua bendita. Por la misma época las muchachas limpian el humo y herrumbre de los iconos y luego los cuelgan de las ramas de los árboles. La tarea debe hacerse al lado de una fuente y con una madeja de lana roja.

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            Cuentos de hadas aparte, se decía que algunos de los mayores comprendían el lenguaje de las bestias, y se citó el caso de un anciano pastor que supo exactamente cuándo iba a morir porque casualmente escuchó una conversación entre un perro y un gato en el exterior de su choza.

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            —No lo sé—dijo afablemente—y, no me importa. Odio a los antiguos griegos. En la escuela tuvimos que estudiarlos. Andra mi ennepe, Mousa, polytropon os malla polla y todo eso. No. No es que los odie, eso sería ir demasiado lejos [...] Y todos esos antiguos griegos, nuestros celebrados antepasados, son un engorro, y le diré por qué. Nos acechan. Nunca podremos ser tan importantes como fueron ellos. Nadie puede. Nos hacen sentir culpables [...] Y los extranjeros inteligentes que lo saben todo sobre los antiguos vienen aquí esperando encontrarse rodeados de Apolos y caballeros con yelmos y hojas de laurel. Y ¿qué ven? A mí: un hombre bajo y gordo con bigote [...] Si no fuéramos tan tontos y no estuviéramos siempre peleando [...] entonces podríamos empezar a preocuparnos por el caballo de Troya y valorar nuestra relación con Pericles, o investigar si los sarakatsáni descienden de los antiguos griegos.

*Patrick Leigh Fervor, Roumeli (Viajes por el norte de Grecia). Acantilado, 2011 (Trad. Dolores Payás)

miércoles, 12 de junio de 2013

Así, alto y pequeño.

Horos en Megalo Baphi



Carta de Matías Pascal

En Nueva York jamás los rascacielos conocerán esa frescura
           que desciende y toca Kifisiá
mas las dos chimeneas que en el exilio me gustaban asomándose
           tras los cedros regresan
cuando miro los cipreses por detrás de la iglesia que conoces
donde hay frescos de réprobos que sufren entre hollín y fuego.

Con tus bellas caderas, durante el mes de marzo el reumatismo
           se ensañó y te fuiste a pasar el verano a Edipsós.
¡Dioses! Qué batalla da la vida por seguir adelante, como un río
           crecido que atraviesa el ojo de una aguja.
Calor pesado hasta el ocaso, las nubes de mosquitos que exhalan
           las estrellas, y yo bebo limonadas amargas y sigo con sed;
luna y cine, espectros y un puerto asfixiante, desvalido.

La vida nos ha devastado, Verina, como a los cielos del Ática,
           como a aquellos intelectuales que su propia cabeza escalan
como a aquellos paisajes que por hambre y por sequía
           han acabado por adoptar distintas poses
como a todos esos jóvenes que gastaron sus almas por lucir un
           monóculo
y las muchachas heliotropo que aspiran sus corolas para volverse lirios.

Los días pasan muy despacio; mis días entre relojes transcurren
           remolcando detrás de sí al minutero.
Recuerda cómo ya exánimes los dos nos escurríamos por entre
           aquellos callejones para que no nos destriparan los faros de
           los automóviles.

La idea de un mundo ajeno nos envolvió apretándonos como
           una red
y nos marchamos con una daga clavada dentro mientras ibas
           diciendo «Harmodio y Aristogitón».

Inclina la cabeza para poder mirarte, aunque si te viera intentaría
           mirar más lejos.
¿Qué vale un hombre? ¿Qué desea y qué cosa va hacer para
           justificar su vida cuando la Parusía?
¡Ah, si me encontrara en un barco extraviado y al pairo en el
           océano Pacífico, a solas con el mar y con el viento
a solas y sin radio ni fuerzas para enfrentar los elementos.


* Yorgos Seferis, Mythistorima. Galaxia Gutenberg (Trad. Selma Ancira y Francisco Segovia).