Este diálogo con usted, Hasier, por ejemplo. Usted escribió sobre la distancia entre una oveja y un cuervo, pues uno escribe para descubrir esas cosas, la inutilidad imprescindible de la medida de y entre las cosas, de su interacción en el mundo. Interpretar la respuesta que da cada instante del mundo sin que exista ya la pregunta, reconocer las señales y sus disfunciones que participan de la lectura del universo. Tenemos fe en el veneno, escribió Rimbaud. Ahora que el veneno financiero pareciera constituir la única fe de la sociedad publiciataria, lo consumible, la escatología de la usura, acaso pudiese ser la poesía buen un buen antídoto contra la ruinosa plaga moral que rinde culto al vacío teológico de la gasolina y las bebidas refrescantes.
¿En estos tiempos tan precarios, cuál sería el cometido de la poesía?
El mismo que ha tenido siempre, hablar, dar que hablar al silencio que sus palabras desalojan. Acaso también la de intensificar a través de la lengua otro modo de conocimiento de la experiencia humana, y en su trastorno de voluntad contribuir a oponer el más radical de los actos ajenos a la fuerza, la compañía imprevisible de los pensamientos que a través de las civillizaciones han hecho de un poema, de casi todo poema, un acto de resistencia al mal.
Múltiples, pero esencialmente el haber dinamitado la ortodoxia conceptual de las tendencias autoproclamadas como dominantes, residuos modales de los gestualidad victoriosa y su tendencia a la exclusión de cuanto difería de sus modelos canonizantes. Han saltado por los aires clasificaciones y caballos de carreras, señoríos y aristocracias estéticas pregoneras de la falsa sencillez retórica; la poesía ha regresado al territorio de las ensoñaciones, del libre ejercicio de conciencia, a las trincheras del mayor proyecto espiritual del ser humano: las utopías de la imaginación y su defensa del derecho civil a la felicidad. Todos los territorios vuelven a estar disponibles, el que se aventura a restar retórica y el del que amplifica el siempre más de lo ilimitado.
La ortodoxia canónica de la preceptiva ha concluido su aburrida tarea de fabricación de banalidades, los inspectores de la vieja fiscalidad retórica se han visto desbordados por la bella ilegalidad de los dados de Mallarmé, la revuelta de los nuevos y más jóvenes ha asumido la desobediencia a los lenguajes de dominación como única consigna. Por ahí va, creo yo, el porvenir de la palabra poética y su tarea en la repoblación espiritual del mundo.
*Entrevista a Juan Carlos Mestre en la revista Koult. Más aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario