viernes, 2 de noviembre de 2012

Calostro



Todo lo matutino ruboriza,
sacas a pasear los veinte dedos.

A las diez y treinta y cinco de un viernes
de noviembre el sol es tibio y no bastan
los recados. Falla la tentativa.

La descripción parcial del viento fresco
pone de relieve el piscolabis a deshora,
la unilateralidad malsana de los cuentos.

No estamos en el afanoso y afeitado día laboral,
el olor a pan no excita.
Emprender es llamar al ascensor
y pensar «el frío es sano» o «vaya un cielo azul»
aunque lo más que harás será tocar a un perro
sin paliativo metafísico en los ojos.

No esperabas lactancias a destiempo,
el pueril acurruco.
Volver a casa es compañía
en el peor sentido: como un jersey que pica.

Hablarás de los helenos. «Probablemente
Tales se arrojaría desde un acantilado
o Anaxímenes sería voluntariamente
desgarrado por gaviotas.» Hablarás
del percal constantemente intentando velar
tu apocamiento con el mentón boscoso.

Esperas a que lleguen las hazañas
aunque
no hay ventaja o perspectiva,
no has pasado de cachorro.

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