martes, 20 de noviembre de 2012

Ese cuerpo

     La verdad es que la calle siempre me ha parecido dignísima de todo aprecio y cariño, por muy accidental que fuese, como ocurrió con el número aquel de Hurtado de Amézaga, que poco bien que está sin mármol ni letras labradas, como el pobre portal de la calle de la Ronda, donde nació este hereje tan religioso de Miguel de Unamuno y Jugo. A quien no amo ni estimo, a no ser que hubiese visto la luz de las antípodas (como en su juventud), hubiese filosofado sin tanta carraca y aprendido simplemente lo que es un poema, un simple verso que se moviese por sí solo.

Esa montaña que, precipitante...

O, mejor dicho todavía:
Y en la tardecita,
en nuestra plazuela
jugaré yo al toro
y tú a las muñecas.

      Ah, esto sí que es digno de loar, y estimar, y amar, mi lengua propia y por derecho propio, mi castellano, y mi cordobés, y ante todo, mi euskera escamoteado, y mi gallego, y mi extremeño, y mi catlán, y que no me vengan antípodas ni apátridas a mentarme la lengua que me parió, que la tengo por cosa muy substancial, más aún, consubstancial a mi vida, mi morir y mi nacer.

*Blas de Otero

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