Una bonita estampa, no cabe duda.
Y cualquiera se hubiera dado cuenta de que eras consciente de ello por el modo
de ajustarte el chal y de sonreír, con tus grandes ojos abiertos y cansados
ante aquel extraño espectáculo, al que se añadía otra extrañeza, la que provocaba tu
propia presencia. ¿Mientras contemplabas el sol naciente, qué pasaba por tu
cabeza? ¿Le preguntaste quizá al sol en qué hemisferio te encontraría un mes
después? Dijiste tan sólo, ingenuamente: «No comprendo cómo alguien puede vivir
aquí toda la vida».
Sin
embargo, la cosa resulta más fácil de lo que parece. En primer lugar, basta con
no poseer cien mil liras de renta, y, por contra, realizar todo tipo de
trabajos entre los grandes escollos, enmarcados por el color azul, que te hacían
batir palmas de admiración. Basta con eso, tan poco, para que los pobres
diablos que nos esperaban dormitando en la barca encuentren entre las casuchas
destartaladas y pintorescas, que vistas de lejos parecían también estar
mareadas, todo lo que tú te empeñabas en buscar en París, Niza o Nápoles.
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¿No
te has entretenido nunca, después de un aguacero de otoño, en desbaratar un ejército
de hormigas escribiendo descuidadamente en la arena del paseo el nombre de tu última
pareja de baile? Algunos de esos pobres insectos se habrán quedado pegados a la
contera de tu paraguas, retorciéndose en espasmos; pero todos los demás, tras
cinco minutos de pánico y agitación, habrán vuelto a agruparse desesperadamente
en su montaña de tierra. Tú no regresarías, ni yo tampoco; pero para poder
comprender semejante terquedad, heroica en ciertos aspectos, es necesario
volvernos pequeños también nosotros, limitar todo el horizonte a dos pedruscos
y mirar en el microscopio las pequeñas causas por las que laten los corazones
también pequeños. ¿Quieres echar un vistazo, tú que miras la vida por el otro
lado de los prismáticos? El espectáculo te parecerá extraño, y quizá por eso te
divierta.
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[...]
esa religión de la familia que se refleja en el trabajo, en la casa, en las
piedras que la rodean, me parecen —al menos en este momento— cosas muy serias y
respetables. Para mí que las inquietudes de todos los que tienen el pensamiento
vagabundo se adormecerían dulcemente en la serena paz de esos sufrimientos
bondadosos, simples, que se suceden sin cambios y en calma de generación en
generación.
*Foto
de pescadores tomada por Giovanni Verga.
**Giovanni Verga, La
vida en el campo [del cuento Fantasía].
Periférica, 2008 (trad. Hugo Bachelli).