Compulsaré manos
y pies,
para enviarlos a
los cuatro puntos.
En tu pueril
acurruco —la casa
es un jersey que
pica—
esperas a que
lleguen las hazañas
aunque
no has pasado de
cachorro.
No se afeita, no
huele a pan el día,
lo más que harás
será tocar a un perro
sin paliativo
metafísico en los ojos.
Suspiras por
consuelo en HTML
que hay un
guisante crudo flotando por el cielo,
todos vais a
saber que en mis ratos
me dedico a la
nomenclatura.
La comunicación
—igual que un salmo
o las rebajas—me
cansa,
espero buena
voluntad, pereza,
en ese
pulgarcillo para arriba.
No tiene para abajo.
El mundo no
tiene que gustarnos siempre,
yo —por ejemplo—
ya no invento topónimos,
atiendo al sudor
de mis congéneres.
Hay dos caras
gordas: las buenas y las malas.
Necesito otra
primaria
—allí juré la
vida tolerante,
juré la paz y la
solidaridad del lápiz—,
que me expliquen
otra vez de que va el tema.
El paisaje se
lustra de frío,
no hay nada
mejor que ver,
lo digo como no
hay nada mejor que...
Pero me pesa en
los ojos, dos platillos,
estoy
desconectado del viento y la palmera.
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