Los tres grandes poetas
pesimistas del siglo pasado —Leopardi, Vigny y Aneto— se me hacen
insoportables. La base sexual de su pesimismo me dejó una sensación de náusea
en la inteligencia. Estas cosas forman parte de la vida íntima y por eso no
deben trasladarse a la publicidad del verso expuesto; forman parte de la vida
particular y no deberían traerse a la generalidad de la literatura, ya que ni
la privación de las relaciones sexuales, ni la insatisfacción de las que se
tienen, representan algo típico o abundante en la experiencia de la humanidad.
Aun
así, si estos poetas hubieran cantado directamente sus males inferiores, si
hubieran desnudado sus almas —pero al desnudo de desnudez y no de maillot
con rellenos—, la propia violencia de la causa del dolor podría arrancarles
gritos dignos y así, al no ocultarse, acabarían con el ridículo social que, con
justicia o sin ella, pesa sobre este tipo de pobrezas de la emoción común. Si
un hombre es cobarde puede no hablar de ello —que es lo mejor—, o bien decir «soy
cobarde», con la palabra propia y brutal. En un caso tiene la ventaja de la
dignidad, en el otro la de la sinceridad; en ambos casos se librará de lo cómico.
Pero el cobarde que cree que necesita demostrar que no lo es, o decir que la
cobardía es universal, o confesar su debilidad de un modo confuso y figurado,
que nada revela, pero nada vela, es ridículo en general e irritante para la
inteligencia.
¿Qué
clase de seriedad se puede adoptar ante este argumento, que está en el fondo de
la obra de Leopardi: «soy tímido con las mujeres, por tanto Dios no existe»? ¿Acaso
he de aceptar sin desprecio involuntario la actitud de Vigny: «No soy amado
como quiero, por eso la mujer es un ente bajo, mezquino, vil, que contrasta con
la bondad y la nobleza del hombre»?
*
Supongamos
que un romántico se enamora de una muchacha de condición social más elevada, y
que esta diferencia de clase sea un impedimento para el matrimonio, o incluso
para el amor de ella, pues las convenciones sociales llegan a lo más hondo del
alma humana, cosa que los reformadores a menudo ignoran. El romántico dirá: «No
puedo tener a la muchacha que amo porque las convenciones sociales se oponen a
ello; estas últimas, por tanto, son malas». Mientras que el realista, el
clasicista, habría dicho: «El destino me ha sido adverso al hacer que me
enamorara de una muchacha fuera de mi alcance», o bien: «he sido imprudente al
cultivar un amor imposible».
*
LEOPARDI
Lo peor de
este tipo de tragedia es el hecho de que es cómica. No es cómica en el sentido
en que son cómicos los poemas de amor de Swinburne.
«Soy tímido
con las mujeres, por tanto Dios no existe» es una metafísica muy poco
convincente.
*Fernando Pessoa, La educación del estoico. Acantilado,
2005.
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