lunes, 17 de junio de 2013

La zarza de Franguistán




                                                                                      

              En el año nuevo el tsellingas da una granada a cada pastor para que la rompa y esparza por el redil. Durante la vigilia de la Epifanía se come de modo ritual maíz seco, y las ancianas rocían a los animales con ramas de roble y olivo bañadas en agua bendita. Por la misma época las muchachas limpian el humo y herrumbre de los iconos y luego los cuelgan de las ramas de los árboles. La tarea debe hacerse al lado de una fuente y con una madeja de lana roja.

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            Cuentos de hadas aparte, se decía que algunos de los mayores comprendían el lenguaje de las bestias, y se citó el caso de un anciano pastor que supo exactamente cuándo iba a morir porque casualmente escuchó una conversación entre un perro y un gato en el exterior de su choza.

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            —No lo sé—dijo afablemente—y, no me importa. Odio a los antiguos griegos. En la escuela tuvimos que estudiarlos. Andra mi ennepe, Mousa, polytropon os malla polla y todo eso. No. No es que los odie, eso sería ir demasiado lejos [...] Y todos esos antiguos griegos, nuestros celebrados antepasados, son un engorro, y le diré por qué. Nos acechan. Nunca podremos ser tan importantes como fueron ellos. Nadie puede. Nos hacen sentir culpables [...] Y los extranjeros inteligentes que lo saben todo sobre los antiguos vienen aquí esperando encontrarse rodeados de Apolos y caballeros con yelmos y hojas de laurel. Y ¿qué ven? A mí: un hombre bajo y gordo con bigote [...] Si no fuéramos tan tontos y no estuviéramos siempre peleando [...] entonces podríamos empezar a preocuparnos por el caballo de Troya y valorar nuestra relación con Pericles, o investigar si los sarakatsáni descienden de los antiguos griegos.

*Patrick Leigh Fervor, Roumeli (Viajes por el norte de Grecia). Acantilado, 2011 (Trad. Dolores Payás)

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