En líneas generales hay que decir
que esta generación está atrapada en un estado postoptimista, deliberada y
extremadamente flexible, nervioso y balbuceante, y que sus miembros están
demasiado están demasiado ocupados con sus redes de información y comunicación
y obsesionados enteramente consigo mismos, con su propia distinción —sus gustos
y su estatus— y sus propias ventajas. La única subcultura cuantitativamente
relevante que ha creado, el hipster,
carece de solidaridad, y su apreciación de la pornografía o de las cuestiones
vinculadas con la justicia social es únicamente estética.
¿Cómo
y por qué exactamente deberíamos liberarnos de la máquina incesante de
parlotear si ésta domina ya todos los aspectos de nuestra vida cotidiana? ¿De
qué nos sirve la movilidad si nos arranca de nuestras raíces, de qué la
flexibilidad si se ha convertido en un fin en sí misma?
*Meredith Haaf, Dejad de lloriquear. Alpha Decay, 2012.
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