I
Allí, si daba un puntapié,
encontraba
una bellota y un tornillo
oxidado.
Si levantaba la mirada, la
chimenea de una fábrica
y una montaña adormecida.
Si escuchaba, una locomotora
haciendo maniobras
y un caballo al trote.
¿Es motivo de asombro que pensase
que era mejor pensárselo dos
veces?
II
Cuando hablaban del tesoro de la
prudente ardilla,
éste resplandecía como las
ofrendas de un pesebre.
Cuando hablaban del Mammón de la
iniquidad, la calderilla
de mis bolsillos se ponía al rojo
vivo, como un hornillo.
Yo era el torrente de marzo y sus
pendientes
y sufría el límite de cada
reivindicación.
III
Era más fácil llevar dos cubos
que uno.
Yo crecí entre ellos.
Con la mano izquierda colocaba la
pesa cabal de hierro.
Con la derecha dejaba caer un último
granito en la balanza.
Donde yo nací confluían baronías
y parroquias.
Cuando me encontraba en la
pasadera central
era el último conde a caballo que
aún parlamentaba
en medio del río, al alcance del
oído de sus pares.
*Seamus Heany,
The Haw Lantern. (Trad. Dídac Pujol
Morillo)
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